19 marzo 2024

Crisis de identidad bajo tierra

La nueva imagen institucional invisibiliza a Metrovías a la vez que omite mencionar a SBASE, para hacer aparecer al Subte como una dependencia administrativa más. Si bien podría ser un ejercicio comunicacional para capitalizar políticamente al Subte, podría tener un efecto contraproducente. ¿Por qué el Gobierno de la Ciudad se esfuerza en reducir al mínimo la presencia de la empresa estatal?

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Subterráneos de Buenos Aires (SBASE) es propietaria de la red desde 1963. Operó en forma directa hasta 1993, limitándose en años posteriores al control de la concesión y la realización de obras de extensión. Con el retorno del Subte a la Ciudad recuperó la potestad sobre la concesionaria privada y el manejo de aspectos colaterales del servicio, como la publicidad.

La empresa es continuadora directa de su antecesora, la empresa del Estado Transportes de Buenos Aires (la verdadera TBA), que hasta el gobierno de Frondizi administró no sólo el Subte sino también tranvías y colectivos. Más atrás en el tiempo, a través de la Corporación de Transportes que antecedió a TBA, Subterráneos también se relaciona con las tres empresas privadas pioneras de la red: Anglo, Lacroze y CHADOPyF.

Por eso documentos institucionales de SBASE afirman, con razón, que la empresa tiene un siglo de experiencia en subterráneos. Pasó por distintos dueños, puesto que fue una empresa nacional hasta su transferencia a la entonces Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en 1979; y por toda clase de gobiernos, democráticos y dictatoriales, nacionales, municipales y comunales, como empresa profesional, técnica y especializada.

Sin embargo, desde que en marzo del año pasado fue transferida del Ministerio de Desarrollo Urbano a la Jefatura de Gabinete, Rodríguez Larreta se esforzó por asimilar el Subte al poder ejecutivo eliminando toda identidad propia de Subterráneos de Buenos Aires. El nombre de la empresa desapareció de buena parte de la comunicación oficial del Gobierno de la Ciudad. Pocas semanas después desapareció el sitio web de SBASE, donde desde 2004 se publicaban informes de control de la concesión, licitaciones y demás documentación técnica, reemplazado por una sección del sitio del GCBA.

De esa manera, al mismo tiempo que el Gobierno de la Ciudad buscaba capitalizar políticamente al Subte, se deshacía de la identidad de su activo más valioso. Como si la alcaldesa Ana Botella presentara al metro madrileño como una mera dependencia administrativa del ayuntamiento, obviando décadas de Metro de Madrid para arrastrarlo en el descrédito junto con su gobierno. Como si el gobierno municipal de París ignorara la marca RATP para presentar al metro como una expresión de la voluntad del intendente. O como si el gobierno neoyorquino se deshiciera de la MTA para que todo un sistema de transportes dependa y cambie con cada gobierno distinto.

La estrategia comunicacional ideada por Larreta, además, presenta una potencial desventaja: de cara al público usuario, cualquier inconveniente con el servicio pasa a ser una responsabilidad directa del Gobierno de la Ciudad. Antes de la transferencia, el gobierno nacional hubiera recurrido a Metrovías como fusible de responsabilidad. Pero aún antes de la concesión del servicio Subterráneos de Buenos Aires funcionaba como una empresa con autonomía administrativa, por mucho que su capital perteneciera a la Municipalidad o que el presidente del directorio fuera un puesto político. Ahora, en cambio, cuando llega un tren hacinado los pasajeros se acuerdan mucho antes de Macri que de SBASE, cuya existencia probablemente desconozcan. La misma inconsistencia se extiende al rol de la concesionaria Metrovías, que parece no saber ella misma dónde poner su firma y dónde no.

La falta de rumbo con respecto a la identidad del Subte se manifiesta de forma palmaria en el uso simultáneo de varios logotipos: Metrovías sigue usando en sus cada vez más reducidos espacios propios el logo “pastilla” estrenado en 2006, el mismo que luce la cartelería interna de los coches CNR. El Gobierno de la Ciudad usa la misma marca, “Subte”, aunque con distinta aplicación gráfica. Con los ¿festejos? del centenario estrenó el isologo en forma de cinta que puede verse en la falda de algunas formaciones CNR. ¿Se trata de un logo especial por el aniversario o es definitivo? No se sabe. Por lo pronto, reemplaza al logo de Metrovías en una ubicación donde tradicionalmente se aplicó la identificación de la operadora.


Isologo “cinta”: refuerza la vinculación entre el Subte y el ejecutivo local.

Al mismo tiempo SBASE continúa haciendo una aplicación muy reducida de su propio logotipo institucional, una “S” cruzada por dos vías que reemplazó en 1988 al logo “escarapela” heredado de TBA. No está claro si el Gobierno de la Ciudad pretende reemplazar ese logo por la cinta, puesto que cuando se eligió el actual logo de SBASE se lo hizo con la premisa de que sirviera también como marca del servicio.


La “S” cruzada de 1988 continúa siendo el logotipo institucional de SBASE. Su aplicación es reducida.

Finalmente, como si no hubiera suficiente confusión hasta aquí, el GCBA mandó a pintar sobre los dos coches Brugeoise restaurados el logo de SBASE… sólo que no el actual, sino la misma escarapela con la sigla SBA que se empleó entre 1963 y 1988. ¿Qué significa ese logo? ¿Acaso tuvo algún funcionario pudor en pintar el logo de la Anglo, una empresa privada de capitales extranjeros? Si se optó por reivindicar la titularidad estatal de la red, ¿por qué no pintar el logo de SBASE que en teoría está vigente?


Logo “escarapela” heredado de la administración nacional. Se aplicó entre 1963 y 1988.

A fin de cuentas, el Gobierno de la Ciudad no parece ponerse de acuerdo sobre la identidad del Subte. Prorroga el estado de emergencia que beneficia a Metrovías a pesar de que la Auditoría señaló lo contrario. Pinta coches con un logo histórico de Subterráneos de Buenos Aires mientras distorsiona su identidad actual y la relega a ser una dependencia administrativa más. Quizás el gobierno del PRO deba resolver primero cuál es su visión del Subte. Quizás esta maraña de logos encubre un debate sobre la operación del servicio que la ley de recuperación de la red de subterráneos ni siquiera se animó a encarar.

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