A pocos días de su inauguración oficial, los usuarios del Subte descubrieron varios errores de diseños en el nuevo acceso de la estación Constitución, pomposamente bautizado como “Centro de Transbordo”.
El primer defecto del que dieron cuenta los pasajeros –que no escatimaron en críticas en las redes sociales, de las que se hicieron eco varios medios de comunicación– fue el enorme desnivel que separa al acceso al Subte de las paradas de colectivos ubicadas en la avenida Brasil, donde se detienen varias líneas de importancia (12, 39, 60, 102, 168).
Ese pronunciado desnivel obligaba a los pasajeros a realizar un peligroso salto que podría haberse evitado de haberse colocado un par de escalones. Pese a que la premisa de la obra era, justamente, favorecer los transbordos, el diseño arquitectónico parece no haber tenido en cuenta esto: las salidas se instalaron hacia el centro de la plaza y no hacia donde paran los colectivos.
El Gobierno de la Ciudad tomó nota de los cuestionamientos y durante el pasado fin de semana largo valló el área desnivelada y la señalizó con carteles que parecen anticipar la realización de una obra para subsanar el error cometido.
Otro de los errores identificados es la escasa utilidad del nuevo acceso ubicado en la vereda norte de la avenida Juan de Garay, sobre la Plaza de la Constitución. Esta entrada, si bien permite ahorrarse el cruce por el semáforo, es escasamente útil para acceder al Subte: desemboca en la zona conocida como “plaza subterránea”, donde hay una sucursal del Banco Ciudad. Es decir que para poder tomar el Subte en dirección a Retiro es preciso subir nuevamente a la superficie, pasar por molinetes y recién ahí acceder al andén central de Constitución.
Es poca la gente que usa el nuevo acceso, ya que el grueso de los pasajeros se dirige hacia la estación del Ferrocarril Roca. Cabe decirlo, el “Centro de Transbordo” no sirve para transbordar con el ferrocarril. enelSubte pudo comprobar en el lugar que aproximadamente ocho de cada diez pasajeros siguen utilizando las salidas preexistentes.
Quizás por esta razón, y en un intento por promover la nueva obra, el pasado sábado después de las 20 se dio la orden de cerrar el acceso a la línea C desde la estación de ferrocarril y se optó por forzar a los pasajeros a utilizar el nuevo.
La situación resulta reveladora de una realidad: que aún cuando el arco vidriado sea estéticamente agradable y haya mejorado el aspecto de la zona, no deja de ser una boca de Subte con esteroides: una obra más modesta y económica podría haber logrado iguales beneficios.
Un verdadero centro de trasbordo habría resuelto la conexión con la terminal ferroviaria o previsto la anunciada construcción del RER, proyecto emblema del gobierno que sin embargo la nueva obra no contempla.