Un nuevo capítulo se suma esta semana al ya deterioro terminal que sufre la red de Subterráneos de Buenos Aires desde que fue concesionada a Metrovías. Durante la década del 90, la empresa quiso demostrar las ventajas de la privatización de manera rápida y barata. Mientras destruía las antiguas estaciones de la línea B, reemplazando sus originales azulejos blancos, higiénicos y duraderos, trajo una serie de dudosas mejoras: estaciones oscuras y sórdidas pintadas de azul, violeta, verde oscuro e incluso marrón, mientras imponía los invasivos carteles diseñados por el estudio de Ronald Shakespear (¿es útil para los pasajeros una tira continua de carteles que anuncia 5 veces el nombre de la estación en cada andén, pero están colocada a tal altura que no se lee desde adentro de los vagones?).
Ante tanto avasallamiento al subte que miles de porteños recorremos todos los días, en esa época la Comisión Nacional de Monumentos Históricos finalmente decidió hacer algo. En 1997, el entonces presidente Carlos Menem firmaba el decreto que declaró Monumento Histórico Nacional a las estaciones originales de las cinco líneas de subterráneos construidas entre 1911 y 1966. Pero la medida llegó tarde y no solucionó lo que ya estaba arruinado: chapas oxidadas, revestimientos de falso granito plástico que se pudren con la humedad y la pintura ya descascarada y mohosa siguen ahi, a casi 14 años del decreto de Menem. Metrovías nunca dio marcha atrás, sino que profundizó los errores del comienzo.
Luego de la crisis de 2001, la emergencia ferroviaria declarada por el presidente Eduardo Duhalde fue la excusa perfecta para dejar el mantenimiento en el pasado, y los vecinos y trabajadores de Buenos Aires y el Conurbano tuvieron que ver cómo trenes y subtes iban cayendo en el abandono total: los concesionarios se desentendieron de lo que era su obligación. La frecuencia de los servicios fueron empeorando, la suciedad y el olor a cloaca fueron cada vez más insoportables y terminaron apareciendo en diarios y noticieros, las formaciones tuvieron que subsistir en base a los parches que intentan improvisar los mecánicos del subte, y el ruido de los vagones llegó a ser medido en decibeles frente a las cámaras de Telenoche para demostrar que podía llegar a causar sordera crónica. Ni siquiera los nuevos coches Alstom de la línea D se salvaron: con menos de diez años de servicio, ya están cubiertos de pegatinas de publicidad ilegal, y hasta los graffitis van cubriendo de a poco estos trenes que fueron construidos entre 2001 y 2008.
Coche Alstom vandalizado con grafittis, detenido en Palermo rumbo a Congreso de Tucumán. Poco después de tomada esta foto, pasó por la estación otro Alstom hacia Catedral: uno de los vagones (el M125) publicitaba un yogurt en sus puertas, mientras las ruedas de uno de sus bogies se veían completamente aplanadas. El dinero que ingresa de los negocios de Metrovías parece no usarse para el mantenimiento de estos nuevos trenes.
El primero de Latinoamérica, víctima de la desidia
La línea A fue inaugurada el 1 de diciembre de 1913 entre sus estaciones Plaza de Mayo y Plaza Once de Septiembre (hoy Plaza Miserere). Dicho tramo fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1997 y es uno de los más abandonados hoy en día. Entre 2001 y 2008 el Gobierno Nacional llevó adelante un plan para restaurar sus estaciones que se mantenían apenas modificadas, reemplazando los deteriorados azulejos originales por otros idénticos, respetando la estética original. Pero a la buena iniciativa le siguió una mala noticia: pocos meses después de la importante obra, los azulejos recién colocados comenzaron a desprenderse en varias estaciones: la empresa se limitó a emparchar todo con otros de diferente color. Los azulejos originales habían aguantado casi 100 años, fijos en las paredes de la línea más antigua.
En la misma línea A, algo insólito sucedió en la estación Lima. Hace ya algunos meses, se construyó en uno de sus andenes un pequeño cubículo de paredes de Durlock; mientras en la estación Congreso se levantó uno aún más grande, que incluso tiene puertas y ventanas y fue pintado con el color de la estación. EnelSubte.com no pudo descifrar si la construcción fue realizada por Metrovías o por una empresa subcontratada para alguna obra en particular, pero es absurdo ocupar los andenes de una estación tan saturada en hora pico como Lima -donde combinan las líneas A y C- con estos cubículos que no respetan el trato que debe darse a un Monumento Histórico Nacional, por ley.
Los grafittis son un capítulo aparte. Hasta ahora aparecían solamente en las estaciones, todo gracias a que el Gobierno de la Ciudad nunca puso personal policial, ni Metrovías contrató seguridad privada para proteger a los pasajeros en las estaciones y evitar el vandalismo. Pero hace poco tiempo, llegaron a los trenes del subte, y ya cubrieron completamente varios vagones de la línea B. Incluso aparecieron algunos graffitis en coches de las líneas A y D.
Cabina cerrada del coche La Brugeoise 39 de la línea A. Nótese a la derecha el asiento curvo con sus maderas rotas y la basura dentro.
Los coches de la línea A, fabricados los primeros en 1911 y en servicio desde 1913, son los más antiguos del mundo en servicio comercial y parte del patrimonio histórico, cultural y turístico de la Ciudad de Buenos Aires. Todos los años reciben miles de visitas de turistas que se maravillan al verlos andar, e incluso vienen aficionados de todas partes del mundo especialmente a verlos. Pero a Metrovías no le importa nada de esto, ni siquiera por lógica de buen comerciante, y no hace nada para para impedir que los grafitteros pinten no sólo vidrios y exteriores, sino también los paneles de madera del interior. Hasta los arreglos precarios hechos por el personal de la empresa se ven completamente improvisados, con materiales inadecuados y llenos de suciedad.
Para cerrar este artículo con una pizca de ironía, es interesante saber que los “nuevos” coches Mitsubishi que se utilizan en la línea B desde 1995, con sus asientos aterciopelados con resortes y sus sirenas ensordecedoras; fueron comprados usados de la línea Marunouchi del subterráneo de Tokio. Allí habían prestado servicios durante 35 años, y son ya considerados piezas de museo, así que los japoneses se sorprenden cuando visitan Buenos Aires y descubren a sus “antiguos” vagones, cubiertos por capas de graffiti, suciedad y grasa en los túneles de la Avenida Corrientes. Pueden verse en YouTube los videos filmados por turistas orientales en los que se muestran a dónde fueron a parar los trenes que ellos ven como antigüedades, pero que acá aún cumplen el trabajo de llevar todos los días a miles de trabajadores por la línea más calurosa de la ciudad.
Así cuida Metrovías el patrimonio de la red, desde coches, estaciones y murales a simples azulejos. Por esa misma negligencia se expone a los pasajeros a viajes no sólo peligrosos por la falta de mantenimiento de la infraestructura y del material rodante, sino que se deja a merced de los vándalos todo aquello que se le dio al Subte para evitar que, como decía Cortázar, “los ojos se mueran de hambre”.