La renovación de vías en curso en la línea E está camino a borrar uno de los vestigios más curiosos y desconocidos del Subte: la presencia de Stalin.
Las relaciones de la Argentina con la Unión Soviética fueron generalmente buenas, aunque mucho más comerciales que ideológicas: establecidas durante el primer gobierno de Perón, se consolidaron incluso durante la última dictadura militar. A cambio de la producción agropecuaria tan necesitada por la potencia socialista, la Argentina podía beneficiarse de las fortalezas de la industria pesada soviética. Por ejemplo, de su inmensa producción de rieles: así la URSS fue la proveedora de las vías utilizadas para la extensión de la línea E de San José a Bolívar y de Boedo a Avenida La Plata, inaugurada en 1966.
Se trató de rieles más pesados que los usados en el Subte hasta entonces, de 50,5 kilos por metro. Como comparación, los rieles del tramo original de la línea E fabricados por Thyssen Lametal tenían 45,9 kg/m, mientras que los rieles tipo “Bullhead” de la línea A –de características compatibles con la red tranviaria– tenían 43,7 kg/m. Fueron instalados sobre durmientes de madera, a razón de 1360 por kilómetro, a excepción de las tres estaciones nuevas del tramo sur (San José nueva, Independencia y Bolívar), donde por primera vez los rieles fueron fijados a bloques premoldeados de hormigón empotrados a la solera.
La Unión Soviética de 1966, a la vanguardia de la conquista del espacio, era muy diferente al país que había salido victorioso de la Segunda Guerra Mundial. Había atravesado un profundo proceso de desestalinización –diez años antes Nikita Jruschov había denunciado, en el célebre XX Congreso del Partido Comunista, los excesos del “culto a la personalidad”–, lo que además de permitir una relativa liberalización de la vida social, política y cultural, había llevado a la eliminación del nombre de Stalin de todos los lugares públicos. No fue el caso de las vías enviadas a Buenos Aires, que previsiblemente llevaban varios años en depósito: el nombre de Stalin quedó grabado en los rieles para la línea E.
Los rieles de la extensión de 1966 tienen inscripta la leyenda “КМК им СТАЛИНА” (“KMK im STALINA” en alfabeto latino). La sigla KMK hace referencia al Combinado Metalúrgico de Kuznetsk (Кузнецкий металлургический комбинат). La segunda parte es la clave. La abreviación “im.” corresponde al ruso “imeni”, utilizado para indicar cuando una institución pública recibe su nombre en homenaje a alguien. En este caso, las vías de la línea E llevaban escrito que habían sido producidas en el Combinado Metalúrgico de Kuznetsk “Stalin”.
Tras la desestalinización, la KMK cambió el nombre de Stalin por el de Lenin, que –al menos formalmente– mantiene hasta la actualidad. La empresa debe su origen a la propia Revolución de Octubre: pocos meses tras la llegada de los bolcheviques al poder se creó un plan para erigir un gran complejo minero en la zona de Kuznetsk, en el sur de Siberia Occidental, rodeada de importantes yacimientos minerales. Durante fines de los años 20 miles de militantes del Komosomol, las juventudes comunistas, participaron en la construcción de toda la infraestructura de la planta y de la ciudad donde vivirían sus trabajadores.
La empresa fue formalmente fundada en 1931 y rápidamente se convirtió en una de las principales plantas productoras de rieles de la URSS. En 1985 la planta fue condecorada por la participación de sus trabajadores en la resistencia contra la invasión nazi. También recibió las más altas distinciones soviéticas: la Orden de Lenin, la Orden de la Revolución de Octubre, la Orden de la Bandera Roja del Trabajo y la Orden de Kutuzov, que todavía hoy exhibe en sus fachadas. Actualmente cuenta con más de 10.000 empleados y produce el 70% de los rieles para los ferrocarriles rusos, y se estima que posee alrededor de un 9% del mercado mundial.
La figura de Stalin continúa siendo repudiada en gran parte del mundo occidental por sus métodos violentos, el recurso sistemático al asesinato como herramienta política y la muerte de millones de personas como resultado de sus políticas, desde las hambrunas producidas durante la colectivización forzada de la agricultura hasta los fallecidos en los campos de trabajo (gulags). No obstante, a partir de los años 70 comenzó en Rusia una revalorización de su figura que no hizo sino fortalecerse con la desintegración de la URSS. Los rusos valoran especialmente su papel en la lucha contra la Alemania nazi, la transformación de un país rural en potencia industrial, el legado de un gobierno fuerte y las grandes obras de infraestructura.
Entre los principales hitos de la obra pública estalinista sobresale sin dudas el Metro de Moscú, una gigantesca obra de ingeniería que en pocos años puso a la capital soviética a la vanguardia en subterráneos. Incluso, la leyenda atribuye a Stalin la construcción de su característica línea circular, que habría dispuesto al ver la mancha que dejó su taza de café sobre los planos originales. El hecho de que siempre se representara a esa línea con el color marrón ha hecho poco para disipar la anécdota. Las estaciones del metro fueron construidas como verdaderos palacios obreros, a la vez ámbitos de expresión política –con estatuas, relieves y murales que glorifican la epopeya comunista– y de culto al espacio público, ante cuya inmensidad se desvanece la idea de individuo.
Stalin también fue usuario del metro, y no (o no al menos) en el sentido tradicional. Cuando el agresor nazi se encontraba a pocos kilómetros de Moscú la estación Mayakóvskaya se convirtió en su residencia y en sede del Consejo de Ministros. Fue allí donde dio su discurso por el Día de la Revolución el 6 de noviembre de 1941 ante autoridades del Partido, funcionarios y ciudadanos moscovitas. Al día siguiente, el 7 de noviembre, las tropas del Ejército Rojo realizaron su tradicional desfile en la Plaza Roja, con la diferencia de que luego se dirigieron directamente al frente.
Muchas otras estaciones de la red sirvieron como refugio para ciudadanos comunes e instituciones públicas. En 1943 se inauguró en Moscú una estación en homenaje a Stalin, pero –a diferencia de los rieles porteños– algunos años más tarde fue renombrada: hoy es la estación Avtozavodskaya. Aunque ya no como homenaje, Moscú inauguró el año pasado una nueva línea circular para complementar a la de Stalin y trabaja en la construcción de una tercera.
Una encuesta publicada días atrás por el centro independiente Levada indica que los rusos consideran a Stalin –de origen georgiano– la figura rusa más destacada en la historia de la humanidad.