Muchas estaciones de la red de subterráneos han tenido cambios de nombre desde su creación, algunos más afortunados que otros. Algunos se justificaron en la necesidad de evitar la ambigüedad: Buenos Aires supo tener por ejemplo dos estaciones Agüero y dos Río de Janeiro en lugares distintos. Plaza Francia se convirtió en Facultad de Derecho con la mudanza física de la estación.
Otros fueron cambiados por razones políticas, sin motivación geográfica: Facultad de Medicina fue, durante el Peronismo y hasta 1955, la estación Justicialismo. Más cerca en el tiempo, la estación General Savio se convirtió en Ministro Carranza antes de su inauguración para honrar a un fallecido –y polémico– funcionario radical. Y Villa Urquiza se convirtió en Juan Manuel de Rosas sin que la calle Monroe recuperara antes el nombre del Restaurador de las Leyes.
Los ferrocarriles metropolitanos han visto recientemente un despropósito de proporciones. La estación Avellaneda del Ferrocarril Roca, que llevaba ese nombre desde hace cien años, fue renombrada “Maximiliano Kosteki y Darío Santillán” para honrar a los militantes piqueteros asesinados en sus cercanías por la Policía durante el gobierno de Duhalde. Avellaneda no hacía alusión a una calle o un hito urbano, sino a una ciudad entera de miles de habitantes. Ahora la estación tiene un nombre extremadamente largo, de difícil aplicación gráfica y por sobre todo confuso para pasajeros que quieren dirigirse, precisamente, a Avellaneda. La corrección política impuso una espiral de silencio entre los diputados que evitó discutir cualquier alternativa razonable.
En los últimos tiempos se verifica una nueva tendencia en el Subte para evitar romper la relación geográfica de los nombres de las estaciones. Ante distintos reclamos de vecinos o sectores sociales por renombrarlas, la solución de la Legislatura ha sido añadir elementos al nombre, generando denominaciones compuestas. El resultado, a menudo de difícil reproducción en la señalética y avisos a los pasajeros, no altera en la práctica el nombre corriente de la estación: “De los Incas-Parque Chas” (Los Incas), “Tronador-Villa Ortúzar” (Tronador), “Malabia-Osvaldo Pugliese” (Malabia) o “Entre Ríos-Rodolfo Walsh” (Entre Ríos) son ejemplos de ello. Conviven el homenaje o el agregado con la denominación histórica.
En esa línea se inscribe un proyecto de ley presentado por la legisladora Susana Rinaldi con el acompañamiento de otros integrantes del Frente para la Victoria y aliados: propone que la actual estación San José de la línea E pase a denominarse “San José-Facultad de Ciencias Sociales”. Entre los firmantes aparecen los legisladores Gabriela Alegre, Paula Penacca, Edgardo Form, Pablo Ferreyra, Claudia Neira, María Muiños, Lorena Pokoik, Aníbal Ibarra, Gabriel Fuks y Jorge Taiana.
A escasos 200 metros de San José, en Santiago del Estero 1029, se ubica el largamente demorado edificio único de la Facultad de Sociales, que ya reúne a cuatro de sus cinco carreras –Ciencia Política, Ciencias de la Comunicación, Trabajo Social y Relaciones del Trabajo– y el año próximo incluirá a la faltante, Sociología. Ciencias Sociales es una de las mayores facultades de la UBA: sus 25.000 estudiantes la ponen a la par de facultades que ya tienen “sus” estaciones, como Medicina o Derecho, aunque su histórica división en dos y hasta tres sedes había repartido a los estudiantes entre Barrio Norte, Parque Centenario y Constitución.
El proyecto de Rinaldi tiene fundamento geográfico, lo que es un elemento destacable a la hora de considerar su utilidad. San José ha sido hasta el momento una estación notoriamente subutilizada. La Facultad de Ciencias Sociales es un polo de atracción de pasajeros de envergadura cuya mención puede ser de ayuda para la navegabilidad de la red.
Otra cuestión es discutir sobre la conveniencia de los nombres compuestos: la iniciativa también podría ser digna de consideración si planteara el cambio total de nombre. Por lo pronto, a diferencia de otras propuestas, se fundamenta en una necesidad de los pasajeros.