El subterráneo porteño cumple hoy 95 años de existencia con el aniversario de la inauguración, el 1 de diciembre de 1913, de la línea de la Compañía de Tranvías Anglo-Argentina (CTAA). Muchas otras empresas, administraciones, inauguraciones y extensiones han pasado desde entonces. La historia del Subte, para bien o para mal, abarca desde la CTAA hasta la actual fase de concesión a Metrovías. Los boletos han sido mudos testigos de estas más de nueve décadas de transporte público masivo. Y, ciertamente, significan más de lo que parece.
Aunque el cospel –en rigor ficha– supo convertirse en un símbolo del Subte por excelencia, fue una innovación posterior. La línea de la Anglo-Argentina funcionó desde el comienzo y por largos años con un sistema de boletos similares a los usados en sus líneas tranviarias de superficie e impresos por máquinas eléctricas especiales. Los guardas controlaban los boletos a bordo de las formaciones, debiéndose pagar el importe correspondiente en caso de no poseer uno.
La inauguración en 1930 del Ferrocarril Terminal Central de Buenos Aires (TCBA) –propiedad de Lacroze Hermanos y conocido de hecho con el nombre de subterráneo Lacroze– supuso una serie de innovaciones técnicas entonces inusuales. La futura línea B empezó siendo sinónimo de modernidad antes de convertirse en un monumento a la desidia.
(Fotografía del primer día en que se utilizó el sistema de molinetes con monedas, originario de la línea B)
A la construcción en caverna se sumaron la instalacion de escaleras mecánicas y, lo que importa en este caso, molinetes. Ubicados en los accesos a las plataformas, permitían un control más efectivo del pasaje a la vez que reducir personal. Funcionaron inicialmente con monedas, aunque el personal tenía fichas especiales como las que se muestran debajo.
La Compañía Hispano-Argentina de Obras Públicas y Finanzas (CHADOPYF) siguió un esquema similar al de la Anglo-Argentina. Las que serían las líneas C, D y E, inauguradas respectivamente en 1934, 1937 y 1944, no contaron con molinetes sino con un sistema de boletos y controles de pasaje. La combinación entre líneas no existía al ser propiedad de distintas empresas, debiéndose adquirir un boleto especial para cambiar de una a otra. El de abajo es uno expedido por el Terminal Central de Buenos Aires para combinar con la CHADOPYF en Carlos Pellegrini.
En 1939 empezó a funcionar la Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires (CTCBA), ente mixto que agrupó a todas las líneas de subte junto a otros medios de transporte. Siguiendo el ejemplo del Lacroze se instalaron molinetes a monedas en todas las estaciones a partir de 1946. Se mantuvieron a pesar de la unificación los boletos de combinación, expedidos en todos los trasbordos entre líneas –con la posibilidad de comprarlos a mitad de precio en la estación de origen–.
Recién en 1956, habiéndose reemplazado en 1952 a la CTCBA por la estatal Transportes de Buenos Aires, se habilitó la combinación directa entre líneas sin cargo adicional. Los que siguen son pases para varios viajes emitidos por Transportes de Buenos Aires ante la dificultad de readaptar constantemente la matriz de los molinetes en medio de la inflación.
La solución definitiva llegó en 1962 con la instauración del cospel en lugar del uso directo de monedas, lo que permitía mantener sin cambios los molinetes ante los cambios tarifarios. Se emitieron de distintas medidas para evitar su falsificación. En 1963 se creaba la Empresa del Estado Subterráneos de Buenos Aires (SBA) en reemplazo de la anterior, originando la tradicional ficha con su logotipo y la leyenda “Un viaje en Subte”. También sirvieron para publicidad de otras empresas públicas, como el caso de YPF de la foto –todas tenían el mismo esquema de logo–.
La ficha mantuvo su hegemonía bajo tierra por casi 40 años desde entonces. Un sistema de molinetes resultaba sin embargo inviable en el Premetro, inaugurado en 1987. Subterráneos de Buenos Aires optó por el uso de boletos de rollo al estilo de los colectivos –el primero es un talón de prueba–, lo que se mantuvo al entrar en vigencia la concesión a Metrovías el primer día de 1994. El mismo modelo se siguió con el Subte Bus, servicio automotor de Palermo a Ciudad Universitaria inaugurado por SBA en 1988.
Las principales redes de subterráneos del mundo estaba migrando hacia sistemas informatizados de pasajes. Por eso es que el mismo año 1988 Subterráneos de Buenos Aires realizó pruebas con tarjetas magnéticas con sistema Prodata en la entonces nueva estación Ministro Carranza de la línea D. El incipiente proyecto, como otros de SBA de la época, quedó frustrado con la concesión.
La empresa del logo de las vías torcidas quedó a cargo de la red. Los cospeles, ahora ofrecidos también en paquetes de varias unidades, continuaron hasta 2000. Comenzaron a instalarse molinetes digitales en la línea E, instaurándose en toda la red el llamado Subtepass, una tarjeta de cartón con carga magnética, en lugar de la ficha. En 2001 se producía el último cambio hasta el momento con el lanzamiento del Subtecard, tarjeta de plástico recargable con tecnología RFID.
Así es como el Subte llega a su cumpleaños número 95. Atravesó todos los sistemas de tarifa habidos y por haber, contando en la actualidad con un estándar moderno. Pero para tener algo sustancial que festejar ese estándar moderno debería hacerse extensivo a todos los aspectos de la red, más allá de la efectividad en la venta y control de pasajes.
Un estándar moderno de mantenimiento –de las estaciones, de las formaciones, del patrimonio histórico– que Metrovías pregona pero es incapaz de efectivizar. En tal caso sí podría celebrarse un aniversario más de uno de los primeros sistemas de subtes del mundo. Pero para verlo en su decadencia y abandono, para peor en medio de un déficit en subsidios galopante, mejor hacer la salvedad y recordar hoy al cospel y sus parientes.