Las estaciones de la línea B fueron dotadas por la Compañía Lacroze de una decoración agradable e higiénica, similar a la que hasta el día de hoy caracteriza a la línea A. Andenes y vestíbulos fueron recubiertos con mosaicos horizontales color nácar con guardas de distintos colores que permitían identificar fácilmente las estaciones.
La decoración original sobrevivió mayormente intacta y bien conservada hasta la privatización del servicio. El tramo Leandro N. Alem-Carlos Pellegrini fue “modernizado” durante la gestión del ingeniero Córdova, en los años 70, recubriendo las paredes del túnel con placas metálicas y las columnas de los andenes con plásticos. Por detrás, el alicatado se conservó intacto. El resto apenas varió por la incorporación de dos series de murales: en 1984 se instalaron dibujos hechos por alumnos de escuelas primarias porteñas en algunas estaciones y en 1991 casi todas recibieron murales hechos por reconocidos artistas plásticos.
Pero con la privatización llegó otra “modernización” mucho más ambiciosa. La nueva concesionaria resolvió que para que el Subte fuera Metrovías era necesario un corte que rechazara el pasado: cambió el esquema de pintura de los coches, los propios colores que identificaban a las líneas y hasta la decoración de las estaciones.
Aunque estuvieran bien conservadas. Aunque fueran trabajos de especial factura. Aunque fueran parte del valor patrimonial de la red.
La línea B fue la principal víctima de la renovación de Metrovías, con el recubrimiento de las mayólicas originales por placas de revestimiento sintético símil granito pintadas en tonos ocre en andenes y su reemplazo por baldosones grises en vestíbulos. Los pisos, también intactos desde la inauguración de la línea, fueron recubiertos por una pátina de cemento alisado. Si moderno es impersonal, Metrovías lo logró. La línea B se convirtió en un no lugar, oscuro y sucio.
Todas sus estaciones fueron intervenidas antes de que la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos reaccionara y, en 1997, impulsara el reconocimiento como Monumento Histórico Nacional de las estaciones históricas de las líneas A, C, D y E. La línea Lacroze fue llamativamente omitida a pesar de ser la segunda más antigua de la red. En la línea B el daño ya estaba hecho y desde entonces no se hizo nada para revertirlo.
Hasta que llegó la actual conducción de SBASE y lo logró empeorar. Mientras los metros más importantes del mundo reestablecen las estaciones a su aspecto original, la idea de preservación del patrimonio parece desconocida para la empresa responsable del Subte.
En cambio, el vicepresidente de SBASE Alberto Gowland puso al mando de la decoración de la red a su mujer, Natalia Orlowski, quien se ha dedicado durante los últimos meses a imponer su dudoso gusto estético en distintas estaciones a través de “intervenciones”. Las mismas se limitan a pintar sobre paredes o columnas sin ser acompañadas siquiera de trabajos para reponer porciones dañadas del alicatado o reparar filtraciones. Orlowski lleva su arte por la red a gusto, como si se tratara de una galería privada y no de parte del patrimonio cultural de todos los porteños.
En la línea B Orlowski se ha dispuesto amenizar el viaje para los pasajeros mientras sufren las consecuencias de las obras para incorporar los incompatibles coches CAF 6000 adquiridos usados al Metro de Madrid. En Dorrego, por ejemplo, SBASE encomendó al artista Federico Bacher la pintura de un “bosque subterráneo” pintando árboles sobre el recubrimiento de Metrovías. Para su autor, “La intervención mural tiene un sentido ecológico, respetar al árbol, cuidar la naturaleza”.
En Medrano quizás SBASE haya querido hacer una alegoría del almuerzo, porque esta semana los paneles de revestimiento sintético símil granito de Metrovías aparecieron cubiertos por falsos azulejos de colores que asemejan un mantel en falsa escuadra. Cabe preguntarse para qué pintó SBASE azulejos cuando debajo esperan a ser descubiertas las mayólicas que componen la verdadera decoración de la línea B. Puede comprenderse el efectismo, pero el destrato del patrimonio por parte de quien debería ser su primer protector resulta inconcebible.
En 1985 Subterráneos de Buenos Aires realizó un concurso de intervenciones artísticas en la estación Callao de la línea D. El resultado estético fue tan pobre que la reacción de los vecinos y los medios obligó a pintar de nuevo las paredes de blanco. Aquí nadie dice nada, pero mientras tanto la posibilidad de que la línea B recupere su aspecto histórico parece cada vez más lejana. ¿Por qué no restaurar el alicatado original en lugar de pintar intervenciones temporarias sobre un recubrimiento falso? SBASE parece dispuesta a doblar la apuesta de Metrovías y convertir su “modernización” en un mercado persa.
Hay una esperanza. Quizás, si Orlowski se entera del muñón de túnel que conduce al Mercado del Abasto, pueda entretenerse hasta 2015 haciendo un happening de la Cueva de las Manos. Al menos las estaciones estarían a salvo de esta improvisación perniciosa.
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