Ningún país que se precie de tal deja librado al azar a sus sistemas de transporte. Es así que personas y bienes circulan ordenada y rápidamente por sus territorios.
En una nación con una adecuada planificación sobre el tema, son claves las rutas ferroviarias y fluviales, mientras que es menor la circulación de camiones de gran porte o enormes colectivos por las autovías. Así, no sólo se abaratan los costos de los usuarios y productores, sino que las estadísticas de los accidentes en rutas disminuyen, y por esas vías, mayoritariamente, sólo circulan particulares.
Igual o parecida estrategia los dirigentes planifican para las ciudades: subtes, trenes, tranvías y colectivos son elegidos por los vecinos debido a sus precios accesibles y a la comodidad que conlleva su uso.
No pasa así en este país. Para diferenciarnos del progreso, aquí todo es a la inversa. Es utópico pensar en un buen desplazamiento a través del casi inexistente ferrocarril; no hay tranvías, sólo en Buenos Aires se utilizan subtes y, los colectivos son, a esta altura, raras avis en vías de extinción.
A nadie se le puede ocurrir que un país, una provincia o una ciudad, pueda funcionar al margen de un servicio esencial como lo es el transporte.
Años de desidia, de privatizaciones mal ejecutadas y de negociados para los “amigos del poder” han hecho que hoy, la mayoría de los argentinos, esté librada a su suerte a la hora de tener que trasladarse. Llegar a horario a su trabajo, por estos días, le implica a un ciudadano una planificación que, como extra, tiene mucho de incertidumbre. Ni hablar de vacaciones; justo ahí los gremios reclaman aumentos y terminales de trenes, aviones o colectivos, quedan desbordadas de pasajeros en tránsito. Santa Fe no escapa a la realidad nacional pero acá las cosas pudieron ser diferentes.
El problema de hoy es la resultante de años de políticas erráticas, conductas poco claras y de falta de controles por parte de las autoridades competentes que no estuvieron a la altura de su responsabilidad durante años. Algunas voces -no muchas- advirtieron en su momento sobre los síntomas de la enfermedad, que hoy se manifiesta en su estado más agudo y que afecta a colectivos, remises y taxis. Las páginas de este diario, con frecuencia, se hicieron eco de ellas. De nada sirve llorar sobre la leche derramada. Es difícil, aún hoy, saber a ciencia cierta quiénes son, con nombre y apellido, los responsables del transporte santafesino, ni cómo se construyen sus patrimonios y, al respecto, varias denuncias descansan en los escritorios de los juzgados a la espera de que alguien se tome el trabajo de investigar.
Las empresas privadas deben ganar dinero; para eso arriesgan sus capitales e invierten esfuerzos, y las empresas de transporte urbano son privadas, pero ningún gobierno debe dejar totalmente en manos de particulares -y menos aún, de un monopolio- un servicio tan esencial en la vida cotidiana.
Es tiempo de sinceramientos. Los subsidios de los que se nutre la red de transporte hoy, son herramientas razonables en tanto y cuanto su destino sea aliviar la carga económica de sectores sociales determinados, pero son instrumentos perversos si, fuera de todo control, van a parar a otros destinos.
Muchos ediles y funcionarios actuales, miraron hacia un costado en los albores de la debacle. Hoy, nadie puede rasgarse las vestiduras y hay quienes son cómplices de esta situación por acción, distracción o falta de compromiso. El problema está en el tapete. El gremio que nuclea a los conductores puede estar satisfecho de haber logrado sueldos con los que otros muchos trabajadores argentinos apenas sueñan. Los empresarios locales, deberán empezar a pensar en términos solidarios. La fiesta se está acabando. Aún en Buenos Aires -que se queda con la parte del león del dinero destinado a subsidiar tarifas- los pasajeros son transportados casi como animales.
El precio de los insumos se descontroló, la crisis global también complica al transporte, pero en esta ciudad, la culpa de que los eternos perjudicados sean los usuarios de los colectivos, no debe buscarse tan lejos.