En los últimos días volvió a las primeras planas. Este “pingüino” de origen cordobés gestionó durante 4 años un área que se transformó en un infierno para millones de argentinos y extranjeros. Trenes, colectivos, subtes, aviones y micros atraviesan en forma simultánea una grave crisis. Y el funcionario encargado, lejos de renunciar, fue ratificado por el nuevo gobierno para conducir la Secretaría otros 4 años más. Las razones habría que encontrarlas en su historia y en la relación que mantiene con su jefe, Julio de Vido, y la familia Kirchner.
La anécdota ocurrió poco después de asumir el 25 de mayo de 2003 y la cuenta un testigo privilegiado. Ricardo Jaime, entonces flamante secretario de Transporte, había convocado a su despacho a varios empresarios ferroviarios para hablarles de su entusiasmo por los subsidios del Estado para comprar gasoil barato para sus máquinas. Dos de ellos se miraron extrañados ante la temática: representaban a los subtes y a los ramales eléctricos, que no requieren de gasoil, obviamente. La historia muestra, por un lado, los escasos conocimientos específicos de su función de Jaime. Y, por otro, su irrefrenable voluntad subsidiadora.
Ricardo Raúl Jaime tiene fama de funcionario polémico. Desde que desembarcó en el puesto, estuvo en el centro de varios escándalos. El primero de todos fueron las “narcovalijas” de Southern Winds (SW). En febrero de 2005, se supo que esa aerolínea había transportado a España dos valijas con drogas. El Estado argentino se había asociado con SW y le había otorgado subsidios.
Desde ese episodio, el secretario de Transporte se convirtió en uno de los funcionarios K con más denuncias judiciales en contra. Pusieron la lupa en la chequera millonaria de subsidios (3.000 millones de pesos anuales) y el poco control de la mayoría de ese dinero, que proviene de fideicomisos del Estado que no están incluidos en el Presupuesto. En todos los casos, el entonces presidente Kirchner mantuvo a Jaime firme en su puesto. Incluso ahora, cuando no hay medio de transporte en la Argentina que no atraviese por graves dificultades, asume por un segundo mandato la cartera. Y él ahí. Impasible. Inalterable. Protegido.
Camino a la gloria. Jaime es un “pingüino” adoptado. Nació en Córdoba, donde se recibió de ingeniero agrimensor. Allí consiguió su primer trabajo, en la Dirección General de Catastro provincial, durante la última dictadura.
Apenas volvió la democracia, Jaime decidió mudarse lejos: en 1983 llegó a Caleta Olivia, una pujante localidad petrolera ubicada al norte de la provincia de Santa Cruz.
El título de ingeniero le permitió trabajar como inspector en el Instituto de Desarrollo Urbano y Vivienda (IDUV), el organismo de la provincia que se encarga de la obra pública. La suerte le puso como compañero de trabajo a Dante Dovena, un peronista que pintaba para convertirse en líder político de la zona y hoy es uno de los referentes K (“cristinista” de la primera hora) en la provincia de Buenos Aires. Dovena era ingeniero como él y también se desempeñaba en el IDUV. Ambos comenzaron a trabajar juntos en política. Jaime se presentó a elecciones en 1987 y consiguió una banca de concejal en Caleta Olivia, su primer cargo electivo.
Su relación con Néstor Kirchner nació de la pura matemática política. El ex Presidente era intendente de Río Gallegos, quería llegar a gobernador y necesitaba sumar todo el apoyo posible del interior provincial. Caleta Olivia era un distrito importante, pero al mismo tiempo difícil de ganar, porque el peronismo estaba dividido en siete líneas internas. Entonces el concejal Jaime cerró un acuerdo con él, donde prometía el respaldo de su agrupación en las elecciones, a cambio de un cargo en el eventual gobierno.
Kirchner ganó la provincia en 1991 y cumplió su promesa: lo nombró secretario general de la Gobernación. Era el ministerio menos importante, pero de todas maneras fue un gran salto.
Se mudó con su esposa y sus tres hijas a Río Gallegos. Entre sus nuevas responsabilidades estaban la relación con los medios de comunicación y la administración de los recursos de la provincia. De las medidas que tomó, la que más se recuerda es la venta de varios vehículos oficiales y las viviendas provinciales que usaban de manera gratuita los funcionarios que llegaban del interior de Santa Cruz.
En la capital de la provincia, aquellos que no lo querían le decían “el Karateca”. Todos sabían sobre su pasión por la disciplina oriental. Todavía practica karate y llegó a la categoría de cinturón negro.
Esos primeros años en el gobierno los aprovechó para forjar una estrechísima relación con Kirchner, lo que le permitió tener acceso directo, sin intermediarios. En 1996 fue ungido ministro de Educación, área en la que no tenía mucha experiencia, aunque eso parecía no resultar importante. Su antecesor en el cargo durante la gestión kirchnerista, Hugo Muratore –que también había sido funcionario de Santa Cruz en la dictadura– había dispuesto medidas drásticas en el sistema educativo. Por las dudas, Jaime no cambió esos lineamientos, hoy uno de los motivos de la histórica protesta de docentes en la provincia.
Su relación con los Kirchner tuvo un solo paréntesis: en 1999 se volvió a Córdoba. Trabajó para el gobernador José Manuel De la Sota, como segundo en el Ministerio de Educación comandado por Juan Carlos Maqueda (el actual integrante de la Corte de Suprema de Justicia). Cuando Maqueda pasó al Senado nacional, él siguió como secretario hasta 2003. Acerca de los motivos que lo llevaron a regresar al terruño mediterráneo, sólo existen especulaciones. Algunas hablan de problemas personales. Otras, de un enojo con Kirchner: le había prometido una candidatura a legislador en las elecciones del ´99 y después no cumplió.
Bon vivant. Como muchos pingüinos, Ricardo Jaime pegó su segundo gran salto cuando se mudó a la Ciudad de Buenos Aires. Pero son pocos los que además manejan una chequera de más de 3.000 millones de pesos, en este caso, para otorgarlos como subsidios a los empresarios del transporte. Una buena parte de ese dinero sale del Fondo de Infraestructura del Transporte, financiado por una tasa que pagan todos los que cargan gasoil a sus vehículos. Los subsidios estatales surgieron durante la última crisis económica como un sistema de emergencia para no subir el costo de los boletos, pero curiosamente todavía se sigue utilizando, y aunque el inminente aumento en las tarifas para pasajeros es argumentado bajo la excusa de anular los polémicos subsidios, existen fuertes versiones que advierten que tiempo después las empresas solicitarían nuevamente más partidas, lo que dejaría nuevamente la situación como la actual.
Con su costosa lapicera Mont Blanc también otorga otros beneficios a las compañías concesionarias, como los cupos de gasoil a precio más barato que en el mercado, o como permitir que se utilicen colectivos de hasta 15 años de antigüedad, en contra de lo que establece la Ley de Tránsito.
Las lapiceras no son los únicos objetos caros que se permite ostentar. Al secretario de Transporte también le gusta lucir anillos y cadenitas de oro, así como también vestir trajes y corbatas elegantes. Todo en perfecta sintonía con una bien ganada fama de hombre galante.
Inquieto, es uno de los hombres K en el armado político del Frente para la Victoria en Córdoba. Al punto de que convenció a un ídolo mediterráneo, el ex basquetbolista Héctor “Pichi” Campana, a subirse al juego electoral. Sin embargo, los Kirchner lo dejaron fuera de las listas legislativas en septiembre pasado, lo que técnicamente lo dejaba fuera de la política. Lo que no esperaba, quizá, es que eso se debía a que volvería a ocupar (o mejor dicho, continuar ocupando) la Secretaría de Transportes.
Jaime acumula varias causas judiciales en su contra. A diferencia de sus épocas como concejal de Caleta Olivia, para los Kirchner la mayor utilidad de Ricardo Jaime no parece ser el poder político territorial. Su mayor virtud es la extrema confianza construida durante los años de poder. Por ahora le alcanza para resistir, aunque tenga la manzana rodeada de problemas.
por Leonardo Nicosia para Perfil.com