El Estado financia grandes campos de la actividad económica. Los gastos destinados a paliar la crisis energética, las inversiones de empresas públicas y los subsidios al transporte de pasajeros constituyen una parte importante de las partidas fiscales. Entre enero y septiembre se desembolsó un total de $10.469,8 millones de pesos según la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera –citada por La Nación–, lo que constituye una suba del 207% con relación al año anterior. El 58% de ese monto, 6787 millones de pesos, se transfirió gracias a los superpoderes de que dispone el jefe de Gabinete, Alberto Fernández.
Aunque la política energética se llevó la mayoría con $6269,9 millones, el transporte público acaparó un total nada despreciable de $2957,8 millones destinados a asistir a las empresas de transporte automotor, ferroviario y subterráneo del área metropolitana. De este modo, los subsidios al transporte aumentaron entre el pasado año y este un 257%. El argumento oficial de la Secretaría de Transporte, comandada por Ricardo Jaime –quien conservaría su empleo–, es la necesidad de mantener las tarifas vigentes. Ahora bien, la cifra no incluye los subsidios al combustible ni las obras de infraestructura a cargo del Estado, como son todas las ampliaciones de la red de subterráneos.
Es decir, en el caso del transporte ferroviario y subterráneo –no así en el automotor– no hay inversión privada que estimular. Las concesionarias, con todos los costos cubiertos, no tienen estímulos sino obligaciones por contrato. El secretario Jaime no fue nunca capaz de explicar la aplicación puntual de las exorbitantes sumas que reciben las concesionarias privadas de transporte público. En mayo de este año, como dijera enelSubte.com, sólo los subsidios para la red de subtes suponían unos 44 millones mensuales.
En qué los gasta Metrovías S.A., que además tiene millonarios ingresos por venta de pasajes y en concepto de publicidad, no está de ningún modo claro. La concesionaria, premiada una y otra vez por Transporte, sigue convencida de que convirtió una actividad “tradicionalmente deficitaria” en otra “moderna, eficiente y rentable” cuando los subsidios, que no existían en el caso del Subte antes de la entrega en concesión, no son sino otra forma de decir déficit –término tan caro durante la euforia privatista–. De lo que no queda lugar a dudas es del agradecimiento de la empresa de Benito Roggio con el gobierno nacional, al punto de felicitarlo por obras ajenas.