Subterráneos de Buenos Aires continúa con la instalación de la nueva señalética en distintas estaciones de la red. Tras su promocionada inauguración en Plaza Italia, esta vez fue el turno a la estación Pueyrredón de la línea B. Allí la banda de nomencladores sobre la línea de azulejos —o, mejor dicho, de revestimiento pintado— fue complementada por carteles de menor tamaño colocados a mitad de altura entre aquella y el piso.
Si bien esta ubicación no es nueva en la historia del subte, resulta llamativa su incorporación por su redundancia. Tanto la línea A como la B se caracterizaron, desde sus orígenes, por tener una señalética austera pero eficiente que consistía en una inteligente simbiosis entre los colores de los azulejos y los carteles. Así, el pasajero podía identificar rápidamente dónde se encontraba a partir de los colores y diseños que seguían las guardas del alicatado si no alcanzaba a leer las chapas con el nombre de la estación. En el caso de la A, además de las clásicas en blanco y negro que observamos en la actualidad, también había unas que colgaban transversales al andén y que fueron retiradas hace ya unas décadas. En la B, los Lacroze optaron directamente por vistosos carteles cerámicos enmarcados a media altura en piezas del color que correspondía a la guarda de cada estación en particular. A mediados de la década del 90 fueron tapados por Metrovías con el revestimiento símil granito que recubre las paredes de las estaciones.
En el sistema de la CHADOPyF, en cambio, el color pasó de cumplir una función meramente orientativa a una también decorativa. Cada parada se transformó en una pieza única con sus propios motivos y murales que fueron admirados por generaciones de porteños y turistas como el filósofo José Ortega y Gasset, quien decía sentirse de vuelta en España cada vez que viajaba en la línea C . En ese contexto, la señalética era algo secundario: unos pocos carteles de chapa con el nombre de la estación calado y un vidrio blanco detrás, montados en un hueco en la pared en el que se colocaban bombillas eléctricas para retroiluminarlos. Estos estaban ubicados a la misma altura a la que SBASE ahora coloca, como si no bastara con la larga fila superior, los “nuevos” carteles en Pueyrredón.
Hasta la concesión del servicio en 1994, la señalética mantuvo más o menos los mismos criterios en cuanto a su ubicación a media altura mas no en cuanto a estilo. Los carteles plásticos retroiluminados instalados en la década del 70 por la empresa Milco dudosamente encajaban con el estilo original de las estaciones, aunque eran de fácil visibilidad y lectura. Algunos sobrevivieron hasta hace poco tiempo en la línea E.
Con Metrovías, en 1996, llegaron las “bandas” diseñadas por Shakespear, colocadas sobre la línea de azulejos. ¿Para qué repetir tantas veces en nombre de la estación? Se supone que quien espera el tren allí sabe dónde está parado, y que el que se baja podría identificar su estación fácilmente leyendo los nomencladores espaciados como en la mayoría de las estaciones ferroviarias del mundo. Pero repetir el nombre se tornaba además inútil porque la altura de la nueva señalética tornó muy complicado, si no imposible, su lectura desde los trenes. Este inconveniente fue, en las líneas B, C y D, salvado parcialmente por un sistema electrónico indicador de estaciones instalado antes de la privatización que funcionó hasta que se dejaron de limpiar los códigos y lectores de barras de los que dependía para funcionar y fue reemplazado por un adhesivo con el plano de la línea sobre el indicador LED de a bordo. Las formaciones modernas traen por otro lado incorporado un sistema de altavoces, que ya se encuentra operativo en las líneas A, C y D.
Resulta llamativo que SBASE haya decidido realizar un gasto de decenas de millones de pesos en recindir con la señalética en altura sólo para deber complementarla con pequeños carteles a media altura, y más aún que se duplique innecesariamente la información cuando supuestamente se pretende reducir la contaminación visual. Sobre este punto vale decir que, hasta ahora, no se ha conseguido: los nuevos carteles se pierden entre los recargados motivos aplicados a los muros de las estaciones o, como en el caso de Plaza Italia, entre un desmesurado rejunte de gigantografías. Su aplicación, fuera de escala y sin buena resolución con el entorno, da cuenta una vez más de una improvisación que olvida que el cliente es, antes que eso, público usuario: un pasajero.
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